El pasado viernes 20 de febrero, Niceto fue el lugar elegido para llevar a cabo una de las fechas más esperadas de la escena indie porteña. Bestia bebé y Las ligas menores hacían su primera presentación en capital, y la expectativa se venía palpitando hace varias semanas.
La primera banda en tocar fue Atrás hay truenos, dieron un show de un poco más de una hora, y prepararon el terreno y al público para lo que vendría.
Pasadas las diez y media de la noche el escenario estaba listo para recibir a Las ligas menores. La banda hizo su aparición, y en sus rostros se veía la emoción de estar frente a un público sediento de canciones.
“29 de septiembre” abrió el setlist, le siguió “Renault fuego” uno de los hits de su primer disco de estudio, editado en junio del año pasado. La aprobación era absoluta, y el pogo clásico escolta de sus shows, estaba más presente que nunca. Aplausos, palmas y el enérgico grito coreando las canciones denotaban un completo disfrute.
El escenario quedó a oscuras, y un juego de luces verdes acompañaba los primeros acordes de “Tibet”, Pablo Kemper (voz y guitarra) protagonizaba el momento. La lista continuó con “Accidente”, “Ni una canción”, “Miércoles”, “El baile de Elvis” y las vibraciones de la gente aumentaban cada vez más.
Varias manos se unían para alzar a una chica que parecía estar bailando en el aire, como una exhibición de victoria, un trofeo que galardonaba un partido ganado.
Anabella Cartolano (voz y guitarra) deslumbraba con su radiante y cautivadora sonrisa, la cual sin duda enamoró a más de uno. María Zamtlejfer (voz y bajo) expresaba su alegría: “Estamos muy contentos de tocar con amigos”. Si, una gran banda de amigos. Eso define perfectamente esta fecha, una fiesta hecha por y para los amigos.
“De la mano” determinaba el final y los últimos minutos para gritar un gol. La gente estalló por completo y sus pulmones llenos de pasión y conquista hicieron realidad ese último tanto. “Muchas gracias” fue lo último que dijeron, y el telón se cerraba dejando del otro lado una ovación que los despedía.
Se cumplía la primera mitad y faltaba el tiempo complementario. La gente expectante y ambiciosa aguardaba por el último tramo de la noche.
Las largas cortinas negras que cubrían el escenario se abrieron, y ahí estaban ellos, cada uno en su posición listos para empezar el partido, listos para ganar el mundial.
Bestia Bebé salía a la cancha, y eran recibidos con cánticos de bienvenida que sus hinchas sin papelitos, pero con mucho aliento, entonaban enérgicamente. “Ohh vamos Bestia vamos, ponga huevo que ganamos”.
El puntapié inicial, el tema que puso a rodar el balón fue “Omar”. Como un reflejo automático, una reacción que brota irracionalmente desde la pasión, la masa se sumergió instintivamente a un alborotado y enardecido pogo. “Por favor Omar, no seas así!” y el público estallaba.
“Luchador de Boedo”, el momento de la noche que no da tiempo a pensar, a distinguir lo que está pasando, aquél que tenga sangre en las venas no puede más que apretar los puños, cerrar los ojos y cantar. La euforia de la gente volaba en pedazos y salpicaba a aquellos que, tímidos, no se le animaban al pogo, ese que lejos de ser sólo empujones o patadas violentas, es una gran ronda, lugar donde se encuentran los abrazos, la complicidad, la alegría y la pertenencia, que unidos por la misma causa esos cuerpos saltan, desafían la gravedad, y emanan placer y libertad.
Un punteo juguetón y sumamente pegadizo florece de la guitarra de Tom Quintans (voz y guitarra), dejando sin tregua a la gente que ya aumentaba su temperatura corporal. “Fiesta en el barrio” tema que formará parte de su próximo disco, el cual se encuentran grabando, completaba la lista.
Sonaron “Sabés!”, “El uruguayo”, “La mentira del verano” entre otros clásicos e infaltables, pero también hubo lugar para presentar varios temas nuevos, como ya habían anticipado en redes sociales, los cuales fueron absolutamente bien recibidos, festejados y agradecidos casi como un obsequio, un caño en medio de un partido ya liquidado.
Sin duda era una gran fiesta arriba del escenario, un complot amistoso entre Tom y el Topo (guitarra) que se chocaban como yendo a buscar el mismo centro, o Chicho (bajo) y el Polaco (batería) que asociados en la misma jugada tiraban paredes de perfecta sincronía.
Uno de los momentos culmines de la noche había llegado. El banco de suplentes estaba calentando, y el juez finalmente daba la orden para el cambio. Ese delantero que todos los equipos quieren tener, el virtuoso, el que entra y en la primera jugada hace un gol, Ronnie Crispo, amigo legendario de la banda subía al escenario a cantar “su tema”. Acompañado por Lucas Jaubet otro amigo de la banda, se hacían cargo de los micrófonos. Ronnie y su ya clásico discurso justiciero y anti fascista empañaba el lugar: “Acordémonos de Ismael Sosa” y su infaltable “PARA TODOS LOS FACHOS” daban lugar a los primeros acordes de otro de los clásicos, “Patrullas del terror”.
Tom anunciaba que sería la última canción, y la gente arremetía con el infaltable “Jugadores la conc… de su madre, a ver si ponen huevos que no juegan con nadie” que agradecía con gracia e ironía.
“Lo quiero mucho a ese muchacho” y la revolución se desataba nuevamente. Un chico revoleando su remera, otro con el torso desnudo, subían y bajaban del mosh, saltaban, cantaban, se abrazaban. Brotaban sus deseos por levantar la copa.
Una jugada confusa en el área determinaba un penal. El encargado de patearlo sería el Topo, que sorpresivamente se hacía cargo del micrófono y empezaba a cantar “My name is” de Eminen, con mucha soltura y una pegada fuerte y concisa, desbordaba la red. Ovacionado por la totalidad del lugar, el Topo con una sonrisa de satisfacción agradecía y retomaba su lugar.
No quedaba mucho más, y en el marcador sacaban ventaja. Los minutos adicionales sirvieron para darle una alegría más a la gente, “La nueva pandemia” sería la última llegada y la posibilidad de convertir y coronar una noche grandiosa.
Sonó el silbato y los jugadores embistieron la mitad del campo de juego. El escenario, que sería el podio de coronación exhibía a esos cuatro muchachos que habían dejado todo, que con pasión y el amor por la camiseta estaban levantando la copa. Habían ganado el mundial, y habían conquistado una vez más a un público que show tras show se hace más grande, como se agranda el corazón después verlos tocar.
Texto: Ludmila Morinigo / Fotografías: Martin Puerto